Escritos y Pensamientos de Don Manuel Domingo y Sol
El centenario de la muerte de Don Manuel nos encuentra trabajando con la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Cabe entonces preguntarnos: ¿Qué nos pediría Don Manuel a nosotros, educadores de San Pío X?;
¿Qué opinaba Don Manuel hacer acerca de la niñez, la juventud y la educación?
I.
...Bien conocida es la frase de la Escritura: el hombre seguirá el camino que emprendió desde su juventud; de él no se apartará en su ancianidad.
Un corazón juvenil es como unvasoque se impregna de la esencia que en él se derrama; es un arbusto que toma su invariable dirección a la derecha o a la izquierda. Y si es verdad, según lo afirma el Salvador, que el árbol cae hacia el lado que se inclina, la juventud señalará siempre el lado donde debe caer eternamente. Se trata, pues, de la suerte eterna de esas almas queridas; y, por eso, de la juventud, (...) se puede decir en un sentido muy verdadero: `momento fugitivo del que pende la eternidad”.
Por otra parte, de la juventud depende también la suerte futura de los estados y de la sociedad entera. (...) diremos de la familia, ...¡Oh , padre! Apresúrate a educar bien a tu hijo: él te consolará y hará las delicias de tu alma; mas si le abandonaras a los caprichos de su voluntad, él cubrirá de confusión el rostro de su madre.
II.
A más de que los peligros que en todos los tiempos han rodeado a la juventud, los asaltos que ésta ha sufrido son hoy más sensibles, porque son más multiplicados. Siempre ha sido la juventud la edad de las pasiones tempestuosas; la edad de las imprudencias que por sí mismas conducen a caídas lamentables...
Pero estos peligros que provienen en la infancia de la debilidad de espíritu y de voluntad, y en la adolescencia del hervor de la concupiscencia y de la sangre, se ven agravados en nuestros días por muchas circunstancias exteriores.
...
Y si a esto añadimos la increíble debilidad y descuido de muchos padres que no han sabido prevenir a sus hijos, fijando en su alma el saludable empeño del santo temor de Dios, ¿qué será del joven lanzado a sus propias inclinaciones?.
III.
...preguntábamos (...) de qué recursos podríamos echar mano para conservar nuestra juventud cristiana.
Dos recursos (...) tenemos para salvar la juventud, y por medio de ella, la sociedad. Y el primero es la índole de la propia juventud. En la educación, el adolescente, el joven, sobre todo cuando el bautismo le ha hecho hijo de Dios, se abre espontáneamente a lo verdadero, a lo bello, al bien moral, (...) que hace que se entreguen a ser guiados por sus virtuosos maestros, a semejanza, según la expresión de san Jerónimo, del agua desprendida de los receptáculos que sigue la inclinación sinuosa que el dedo del labrador la traza en el recinto de su campo.
...Otro recurso nos ofrece el sentimiento natural de los mismos padres. (...) Si se lograse hacer ver a los padres y madres, con las demostraciones irrefutables de la experiencia, las consecuencias de una buena o mala educación, no mirarían con indiferencia este asunto, (...) y los padres, hoy apáticos, no omitirían esfuerzos a fin de sustraer a sus queridos hijos a los miserables que los puedan tiranizar y perder.
IV.
Debemos, en primer lugar, concebir un verdadero respeto, una alta estima y un amor eficaz para cada una de esas almas tan queridas de Cristo Jesús. Jesús ama a la infancia (...) y la ama porque ella regula las costumbres de los mayores; la ama porque la presenta como norma del procedimiento de los viejos. ¿Y cómo no, si el mismo divino Salvador no dejaban de decir: dejad venir a mí esos pequeñitos, porque de ellos es el reino de los cielos?
Debemos, pues, amar a la infancia y a la juventud como Jesús las amó, porque en esto está verdaderamente el secreto de educar bien a los pequeños y volverlos felices y buenos. (...) Este amor nos obligará, como consecuencia, a procurar que sea impresa, por todos los medios posibles, la imagen del divino Salvador, en lo más íntimo de esos corazones, blandos como la cera, no rehusando fatigas para ello, a fin de prevenirlos para las luchas de su porvenir.
V.
No se nos diga, no, que el mundo no está ya más que para apostolados de hierro y fuego. Eso no sería más que la excusa de los que, parapetados detrás de su ciego egoísmo, y a pesar de llamarse católicos, quieren eludir el asociarse y trabajar por disminuir los males que nos agobian y las catástrofes que nos amenazan. Es cierto que por nosotros mismos, por grandes que fueran nuestros esfuerzos, nada podríamos, que la obra de la regeneración de la sociedad es toda de Dios. Pero Dios cuenta con la libre cooperación nuestra para realizar por la prensa sus grandes designios sobre la sociedad. Tal es el deber de cada católico, en mayor o menor grado, según su posición y su talento. La victoria es segura: sólo hace falta para alcanzarla un poco de calor religioso de parte de todos, para curar los corazones heridos por el error y la mentira; un esfuerzo constante hacia el bien. Lo demás toca a Dios; así como también el señalar la hora y el momento del triunfo del bien, y del resultado de nuestra pequeña cooperación.
VI.
...He tenido amor a la juventud. Y no sólo por afecto, sino que he visto los resultados. (...) Cierto que el apostolado de los jóvenes tiene sus amarguras y requiere una longanimidad y tolerancia sumas; mas también es cierto que entre todos es el apostolado más ventajoso y de más trascendencia y no deja de ser bendecido por el cielo ...
VII.
Para contrarrestar la obra de la impiedad (...) no os faltarán contradicciones, de buenos y de malos. De los buenos, porque toda obra útil ha de tener este sello; para superarlas, una sola cosa basta: la unión y la constancia.
Y contradicciones de los malos. Si estas instituciones cumplen sus fines y su misión, estad seguros de que la impiedad no os lo perdonará; y si les estorbáis, os suprimirán, a pesar de las promesas de libre asociación y de libertad. (...) Con todo, habremos cumplido nuestra misión y nuestro deber, y esto basta (...). Sed fieles, pues, a vuestra misión, no olvidéis vuestro lema;grabad en vuestro corazón el deber de cooperar por todos los medios a la salvación de la sociedad.
VIII.
...¿Qué haría hoy nuestro querido Beato Manuel?
La Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos por él fundada lleva varios años dándole vueltas al tema de los seglares o laicos.
Hace unos años, en la Asamblea general XVIII (1990), se llegó a la siguiente conclusión:” El Operario empeña su vida en el servicio a la vocación de laicos, que guiados por el espíritu del Evangelio contribuyan a la transformación del mundo desde dentro, a modo de fermento, laicos apóstoles que sean auténticos líderes cristianos en medio de la comunidad eclesial”...
El objetivo que nos proponemos en el apostolado con los laicos es que ellos mismos, “una vez evangelizados, asuman su vida de laicos como vocación, se comprometan como evangelizadores en la construcción de la Iglesia y de la sociedad, ejerzan servicios o ministerios laicales, y se conviertan en agentes de pastoral vocacional”. (García Velasco)
IX.
Por otra parte, junto con la utopía de algunos, actualmente crece en muchos jóvenes la anti-utopía, como desencanto global y anunciador de una catástrofe de dimensiones cósmicas, realidad juvenil que se da también en los ámbitos eclesiásticos y religiosos.
En estas circunstancias,...queremos estar junto a los jóvenes para ayudarles a que se preparen a encarar los desafíos históricos con la esperanza que viene de la resurrección.
Concretamente, hemos asumido la tarea de impulsar “la creación de servicios pastorales que contribuyan a que los jóvenes lleguen a un compromiso adulto en la fe y sean factor de cambio en la sociedad, según el espíritu del Evangelio”
...
Eso es lo que Don Manuel quiere de los Operarios al decirnos que hemos de ser amigos de los jóvenes. Él mismo aspiraba a “formar una gran red que arrastre a las juventudes de todos los pueblos de España”. Y añadía:”Me ocuparé siempre en ser padre y amigo de la juventud”.
Ya les advertía a sus Operarios: “Con los jóvenes, más que trabajar, es preciso hacerles trabajar, que es el máximo trabajo”. Para transformar el mundo, para darle un nuevo rostro a la Iglesia. (García Velasco)